Mi fuerza corporal se esconde bajo un manto de kilos que, según la proporción ‘ideal’ entre peso y estatura, me sobran… y bastante.

No soy atleta. Soy de libros, de textos, de ilustraciones, de conversaciones largas y comidas con sobremesa.

Pero ese ‘ser’ o ‘no ser’ no lo elegí conscientemente, se fue formando lentamente.

Nunca soñé con ser una mujer rolliza sentada placenteramente en el sofá leyendo un libro. Cosa que me encanta ser, hacer y forma parte de mis fantasías vacacionales, pero una no sueña con vivir sentada ni con tener sobrepeso.

El sobrepeso viene solo, por equivocación, porque nos inculcan que movernos no tiene valor monetario, mientras que trabajar y estudiar si. 

De culo inquieto a vida sedentaria

De pequeña el movimiento marcaba el eje principal de mi vida. Me molestaba estar sentada en sillas. Las usaba como trampolines para lanzarme al sofá, o como puertas subterraneas para entrar a guaridas secretas bajo la mesa. 

Durante toda la niñez y la adolescencia jugué deportes. Hasta llegué a entrenar de 15 a 20 horas semanales en equipos de voleibol, fútbol y atletismo según la temporada.

En la facultad, el deporte dejó de ser un eje principal, pero en los fines de semana hacía montañismo y guiaba expediciones por las sierras Californianas.

Todo cambió cuando llegó el momento para el que supuestamente me había preparando toda la vida: conseguí un trabajo de jornada completa y me convertí en miembro activo y exclusivo de la fuerza laboral. Yipiiii!

El movimiento fue desplazado al margen, a la periferia de un centro regido por horas detrás del escritorio, bajo focos fluorescentes y respirando aire artificial.

Me costó adaptarme a ese sedentarismo forzado, pero es parte de lo que uno mama. Desde que nos sientan en el primer pupitre, aprendemos que trabajar y estudiar se hacen exclusivamente con la mente, no con el cuerpo. El movimiento es materia extra laboral, extra curricular.

Y si eres mujer, el movimiento es sólo una obligación para mantener la figura o bajar de peso.

De vida sedentaria a cerebro flotante

Para empeorar las cosas (en términos de fitness), decidí cursar un maestría. Lo hice en parte para escaparme de la oficina, en parte porque buscaba respuestas y en parte porque añoraba estudiar de nuevo.

Ahí sí que me declaré abiertamente empollona, traga, nerda, geek y di un paso consiente hacia esa señora regordeta sentada en el sofá.

Pero insisto que esa no era mi intención. No decidí conscientemente estar fuera de forma, yo simplemente quería estudiar y creía, erróneamente, que pensar no requería de movimiento.

Terminé la carrera como un cerebro flotante. Sabía mucho de escritoras extraordinarias y teorías que intentaban explicarlo todo, pero no tenía manera de aterrizar. Había perdido mi conexión con la realidad, con la cotidianidad. Hacia yoga y meditaba para despejar la mente y reducir el estrés, pero me adentraban aún más en mi misma.

Necesitaba tierra, aferrarme al suelo, adentrarme en cavernas y conectarme con mi cuerpo.

Retomando el movimiento

«Todas estas mujeres pesan lo mismo» (70 kilos)

Me mudé al ámbito rural. Comencé literalmente a echar raíces, a sembrar la tierra.

Pero mi cuerpo ya era otro. Tras años de ese sedentarismo no intencionado, mi cuerpo había remplazado músculo por grasa. Ya no estaba acostumbrada al esfuerzo físico, ni tenía la resistencia pulmonar y cardiovascular que había tenido. 

Mudarme al campo me ayudó a aterrizar y a volver a conectarme con mi cuerpo, pero empezar a entrenar me ayudó a despertar, y de forma rotunda, de ese soponcio cerebral en el me había adentrado.

Mientras entrenaba, no había nada que analizar ni interpretar. Todo era músculos, tendones, sangre y oxígeno.

Lo más impactante fue recuperar la sensación de que puedo, que mi cuerpo, con darle una oportunidad, quiere y puede estar fuerte, activo y en movimiento.

Hoy en día, hacer ejercicio se ha convertido en una rutina constante y noto la diferencia en todo los aspectos de mi vida: mi apetito, mi nivel de energía, mi autoestima, mi entusiasmo y mi claridad mental.

Pero eso sí, sigo sin tener cuerpo de atleta, ni lo tendré, ni me interesa.

Estar en forma no se ve ni se mide, se siente

He tirado la báscula a la basura porque no indica más que el efecto de la gravedad sobre mi masa corporal.

No me indica el vínculo entre sudor, músculo y grasa. No indica que ahora puedo hacer dominadas y flexiones, que subo cuestas sin cansarme y que bailo por horas sin que me falte el aire.

Sigo sin tener cuerpo de atleta. Pero sé que no tengo que verme como atleta para estar fuerte; no tengo que llevar una talla pequeña para estar sana; no tengo que ser “flaca” para estar en forma.

Mi entrenamiento no se nota en mi apariencia, pero yo sé de lo que mi cuerpo es capaz y eso es lo que cuenta.

También se que nunca es tarde para volver a empezar, que nunca es tarde para influenciar activamente cómo envejece tu cuerpo y tu mente.

Summa es Body Positive Fitness: cuerpos sanos, fuertes y activos sin rendir cuenta a nadie, sin estereotipos.   

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